Al mínimo quiebre de una arteria
sucede una invasión de escamas, una fusión de rieles y caminos en el jardín de la sangre.
El hombre nace por su herida, la espada lo traspasa detenidamente, se vuelca en otra cosa:
un ojo: la fas de un animal dormido.
Sobre su cuerpo se hincan las cuchillas
como se clavan las piedras en el agua.
El crecimiento
de la venas
es asunto de días
en el jardín de la sangre.
El cuerpo del sueño corre y se dispersa,
corre y se agrega a los torrentes, se agitan una por una sus materias ambulantes.
Un pájaro sobrevuela la bóveda del cráneo. Largas son necesarias para alcanzar en su lance al aire que se escapa.
Nada perturba el ámbito de lo sutil, a muy lenta marcha pasa el tiempo por los afluentes del cuerpo,
horada levemente sus mesetas,
Levanta turbas de tinta sobre el pecho.
Las superficies hierven,
la cabeza vuela más allá del aire,
tenemos la imagen de un cuerpo ilustrado,
de varios espacios ilustrados que ocupan el mismo espacio.
Hay luz abismos en el jardín del hombre, una dinámica de vocación morbosa domina todos los paisajes,
cambian de tono los ojos, las sombras de los ojos, nada se oculta a las miradas,
queda el tatuaje de los minerales, los cuellos callados, los lechos de los ríos,
quedan la luz y el aire.
Un árbol anuncia su dominio.