A 10 años de La Nana


Participación en el 10 aniversario de La Nana, Laboratorio Urbano de Arte Comprometido...

 Duerme, duerme negrito / Que tu mama esta en el campo / Negrito
 Duerme, duerme negrito / Que tu mama esta en el campo / Negrito
 Te va a traer codornices para ti / Te va a traer muchas cosas para ti
 Te va a traer carne de cerdo para ti / Te va a traer muchas cosas para ti
 Y si negro no se duerme / Viene diablo blanco
 Y zas, le come la patita
 Yakapumba Yakapumba
 Apumba Yakapumba Yakapumba Yakapumba
 Duerme, duerme negrito / Que tu mama esta en el campo / Negrito
 Duerme duerme negrito / Que tu mama esta en el campo / Negrito
 Trabajando / Trabajando duramente / Trabajando, si
 Trabajando y no le pagan / Trabajando, si / Trabajando y va cosiendo / Trabajando, si
 Trabajando y va de luto / Trabajando, si
 Pal negrito chiquitito / Trabajando, si
 Pal negrito chiquitito / Trabajando, si
 No le pagan, si / Duramente, si / Va cosiendo, si / Va de luto, si
 Duerme duerme negrito / Que tu mama esta en el campo / Negrito
 Duerme duerme negrito / Que tu mama esta en el campo / Negrito

Esta es una Nana tradicional argentina. Su origen, a decir de Atahaulpa Yupanqui, está en la frontera entre Colombia y Venezuela. Es decir, no se sabe realmente dónde nació esta canción de cuna. Eso es una nana, una canción para dormir a los niños y a las niñas. Pero es Federico García Lorca, curiosamente, quien hace el mejor y más amplio estudio para distinguir a las nanas europeas de las propiamente españolas, y establece la diferencia en un concepto muy simple: mientras las nanas europeas tienen como único fin dormir a los niños y a las niñas, las españolas tienen un mensaje político, un mensaje sobre la dura y cruda realidad que viven las madres, que deben trabajar para sobrevivir. Estas son las nanas que llegaron a América, donde se consignan historias de lucha, de esfuerzo y de adversidad.


Se dice fácil, dedicar 10 años a poner en práctica un ejercicio aparentemente simple, pero que se ha convertido en la materia, el eje y la ruta de navegación de una nueva administración de la cultura en este país. La cultura como dispositivo, como piedra angular, como cimiento para la recuperación de la dignidad de una nación devastada por los demonios que se apoderaron de todo desde hace décadas, y que se niegan a volver a los infiernos, de donde nunca debieron salir. La cultura como arma de construcción masiva. Gracias a la Nana, que canta y ha cantado en medio del silencio, hasta que todos y todas comenzamos a cantar juntas en este coro que ya no se calla.


Para esta tarde, he acudido a un amigo entrañable que me acompaña desde hace meses para hablar cuando siento que mis propias palabras son insuficientes, o poco nítidas. Su claridad y su sencillez me sirven, me han servido, para aproximarme a los hechos con mayor puntualidad y precisión. Hablo de Pereira, ese elegante y glotón portugués, amante de la literatura francesa que tan bien retrató Tabucchi en su novela, y que dirigía en 1938 la página cultural del diario El Lisboa, bajo el régimen fascista de Salazar.

Miguel Hernández, autor de Las Nanas de la Cebolla, fue apresado por primera vez en abril de 1939, precisamente en Portugal, unos meses después de que Pereira abandonara el país y huyera a París, desde donde, quiero creer, habría tal vez, viajado a México.



Pereira había vivido unos meses antes una situación crítica y traumática, pues había escondido al partisano Monteiro Rossi, quien a la postre habría sido asesinado en el departamento de Pereira por agentes de la policía política portuguesa, quizá los mismos agentes que habrían detenido unos meses después a Miguel Hernández para entregarlo a las fuerzas de Franco, para ser encarcelado, merced a lo cual habría escrito estas nanas de la Cebolla, a propósito de la angustia que le provocaba la información que recibía de su esposa, Josefina, que alimentaba a su hijo sólo con pan y cebollas.


La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
 En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
 Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
 Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.
 Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
 Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
 La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
 Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
 Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
 Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
 Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
 Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre. 

Sostiene Pereira que el amor, cuando lo es de verdad, puede tumbar árboles a su paso, domar a la divina garza, derribar muros y escalar las montañas más empinadas, sostiene que Miguel Hernández pudo haber sido Monteiro Rossi, y si hubiera tocado a su puerta, en el 38, tal vez lo habría recibido con igual entusiasmo, lo habría protegido y habría, tal vez, publicado alguno de sus poemas, sólo tal vez…


Sostiene Pereira, que las nanas más famosas que conocemos, por así llamarse, son las nanas de la Cebolla, pero que el término “nanas” puede rastrearse por todas partes, en todos los idiomas, y llevan al mismo sitio, al sueño y al amor. Sostiene, por ejemplo, que en Italia se las llama “ninna nanna”, en Georgia “nana/nani nani”, mientras que en Túnez ya la palabra “nanni” significa dormir; paralelamente, en la India, por poner otro ejemplo, la palabra “navna” indica cerrar los ojos y “nisna” señala el movimiento de un columpio, como el vaivén de la cuna, en torno a la cual se suelen entonar las nanas. En muchos idiomas, sostiene Pereira, el sueño de los niños se designa con alguna palabra onomatopéyica que se refiere a los sonidos infantiles “na” o “ni” duplicados. Así, en catalán “fer nonon” es dormir.


Pereira sostiene que el amor es odio, a veces, pero del tipo de odio que sirve para crear al mundo, porque no podría existir el amor en toda su dimensión y su potencia, sin su opuesto, sin el odio, sin el ardor en la garganta, sin el miedo, ese mismo miedo que probablemente sintió Miguel Hernández en la prisión de Sevilla, cuando Josefina, su esposa, le mandó la carta para confesarle que pan y la cebolla eran el único alimento de su pequeño hijo…


Sostiene Pereira, que las nanas son expresión del amor de una madre hacia su hija o su hijo, y el amor es la base de la cultura, sostiene incluso que el amor es en sí mismo un acto de resistencia y de contrastes, altos contrastes, del tipo de amor que lleva cargando consigo fuego y hielo y una jauría de amigos, rocas para levantar casas y semillas para plantar futuro…


Sostiene Pereira, ese poeta que nos deja sin aliento, que el amor que hay en La Nana, es a prueba de cataclismos, por una simple razón, porque no está plantado debajo de la tierra, sino en el aire, y nadie puede tirar un castillo que habita en el aire…


Sostiene Pereira, que todo esto ya pasó en realidad hace mucho tiempo, y sólo estamos aquí recordándolo… como el efecto Mariposa, pero al revés. Pereira es, a su modo, un físico cuántico que habla lo mismo de autores franceses, nanas de la cebolla, que del campo unificado y del potencial transferido…


Sostiene Pereira que aquí se manejan con una filosofía distinta, porque como dice Minerva, solos podemos ir más rápido, pero juntos podemos ir más lejos…


Sostiene Pereira que la poesía es una forma del amor, y el amor es una forma del deseo, y el deseo es una forma de evadirnos, y evadirnos es una forma de vivir, y vivir es una forma de resistirnos al olvido, y el olvido es una forma, solo una forma, pero lo que importa es el fondo, y el fondo, es otra forma de ver lo que está frente a nosotros…


Sostiene Pereira que la luz del sol tarde 8 minutos en llegar hasta nosotros, y que nosotros somos en realidad una forma del pasado, lo que ves no es lo que soy, sino lo que fui hace un momento; por ello, sostiene Pereira, nuestro asesor de cabecera, hay que entregarnos al amor sin miedo a perder el tiempo, porque el tiempo es solo una forma del pasado que nos persigue sin detenerse…


Es mucho lo que todas y todos podemos decir sobre el amor, todos lo hemos vivido, sufrido, tenido y perdido alguna vez, nos ha hecho fuertes y débiles, nos ha llenado y dejado vacíos, su poder es inmenso y puede cubrirlo todo de color y de calor, y al mismo tiempo, ser fugaz, efímero y dejarnos pasmados. Es el poder para crear y para destruir. Es el motor, es la ruta y el timón, es luz y oscuridad al mismo tiempo. Por eso todos queremos vivir en el amor. Y la cultura es una forma del amor, y las artes son otra forma de decir y hacer y estar en el mundo…


Cuando Luis Cardoza y Aragón dijo que la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre, creo que entendía la poesía como “el amor”, esa aspiración que se ha vuelto motor y timón al mismo tiempo, esa flecha que se tensa todos los días aunque no queramos, ese arco que nos mueve a dar todo lo que somos y dirigirlo hacia el otro.


Hemos crecido en un mundo acostumbrado a aguantar, como un acto de defensa, a soportar, a tolerar las diferencias, como si eso fuera un acto de amor, o de comprensión. Estar con otros, aunque no nos guste. En una palabra, aguantar como sinónimo de convivencia. Pero aguantarse es marchitarse por dentro, en todos los sentidos posibles. Creo que en La Nana lo saben, y decidieron que no había que aguantar, sino aprender juntos, a construir juntos y a procesarnos juntos, procesarnos como se procesan a sí mismas ciertas especies, que se guardan, se repasan, se modifican y renacen transformadas.


Como todo en la vida, hay al menos dos formas de enfrentar el día a día. Seguir por el camino trazado, el camino conocido, seguro, confiable, estable… o la otra forma: desviarse del camino. Sostiene Pereira que el amor es eso, desviarse del camino. Y La Nana lo sabe, y ha tomado el largo camino del esfuerzo que no necesita premios ni reconocimientos y fanfarrias ni aplausos, sino sólo colaboración. Plantar, cuidar, cosechar y volver a plantar… y cada semilla que crece y da un fruto es suficiente recompensa.


Nos han dicho por centurias que sólo hay un camino, y ese camino siempre va hacia adelante. Nunca hacia atrás. Basta der vuelta en U para ir en la dirección opuesta, pero siempre hacia adelante. Hay terror, pánico por desandar el camino, por ir hacia atrás, por no hacer lo que se supone que debemos hacer.


Errar, equivocarse, volverse a equivocar, es como podemos realizarnos en el amor, al menos eso es lo que ha sostenido Pereira todo este tiempo, y concuerdo.


Apenas leí hace poco este pequeño libro de Antonio Tabuchi, llamado Sostiene Pereira. Confieso que le dio un golpe a mi vida. En uno de sus capítulos, el médico de Pereira le habla de una teoría de dos sicólogos franceses: la confederación de las almas. De acuerdo a esta teoría, en todos nosotros habitan varias almas, una confederación, que viven bajo la tutela de un yo hegemónico, una voz cantante, un líder, que cede el poder cada cierto tiempo, a otra de las almas que pertenecen a esta confederación. Me gustó mucho esta imagen, más allá de que parezca un tema de múltiples personalidades. Prefiero pensar que reivindica que somos muchos los que habitamos el mismo cuerpo, y que todos tienen voz y voto, y el pegamento de todas estas almas es ni más ni menos que el amor.


Debo decir que en estos mismos días cumplo 20 años de estar casado con Minerva, la diosa del amor y de la guerra. Y cuando alguien me pregunta cómo hemos logrado sobrevivir y superar y aguantar, les digo que todo comenzó con una frase muy sencilla: “hoy sí, mañana quién sabe”. Esta máxima filosófica, que puede leerse de ida y vuelta como un mantra, es la que nos ha mantenido a flote en este océano de conocimiento y aprendizaje mutuo, y de destrucción masiva a nuestro alrededor. Todos los días nos repetimos a nosotros mismos, hoy sí quiero, mañana no importa, el futuro no importa, los demás no importan, primero nosotros, primero tú y primero yo, porque sin eso no haya nada más. Sostiene Pereira que Minerva y yo somos unos loquillos, y concuerdo con él.


Sostiene Pereira que estar juntos a toda costa, para no estar solos, es una mala estrategia. Cuando hay amor, 2 más 2 suman 10, nunca 4. El amor es eso, obtener resultados distintos cada vez que sumas 2 más 2. Y eso está bien. El amor es todo lo opuesto a la lógica, igual que el arte, al menos eso es lo que sostiene Pereira, y yo le creo.


Sostiene Pereira que el mundo, la historia, nos enseña a competir y a ganar, no a compartir… nos enseña a borrar los errores, a olvidar las fallas, a dejar atrás a los débiles, a sumar y multiplicar para que siempre 2 más 2 resulten 4, a acumular, a ser cada vez más, y mejores, a superarnos. Todo es hacia arriba y hacia adelante. Sostiene que nos han enseñado que retroceder es fracasar, y fracasar es sinónimo de derrota. Se nos ha enseñado, sostiene Pereira, que somos en la medida en que tenemos, que crecemos sólo si logramos alcanzar objetivos y metas, que seremos respetados sólo si terminamos lo que comenzamos. Sostiene Pereira que estar con otro, con otra, en medio del amor, es una forma de resistirse a todo esto, y yo estoy de acuerdo. El amor es la forma en que tenemos para decir que sí a la risa, a la locura, a la pasión y al delirio, a la pausa, al freno. El amor es delirio, sostiene Pereira. Y la Nana es amor.