De profundis


 Adentro, 
 hundida en la cavidad torácica, 
 debajo de la bolsa pulmonar, 
 ahí donde confluyen y se estacionan los ríos profundos del alma y el espíritu, 
 bordeando las riveras del fósforo, 
 ahí, en los rincones donde se asienta lo que queda del nitrógeno después de una tormenta,
 entre arterias y canales de desagüe, 
 cerca de la fuente misma de los fluidos corporales que nos hacen estar vivos, 
 de las sustancias que nos permiten pensarnos y reconocernos,
 ahí donde las bacterias hacen su picnic día con día, 
 se finca la memoria, 
 la materia creciente que se niega a diluirse, 
 que se resiste a la desaparición. 

 Adentro, 
 abajo y a la izquierda, 
 como ciertas convicciones, 
 entre el riñón y el hígado, 
 surten otro efecto los golpes de la vida y de la muerte, 
 se da el combate por la sobrevivencia de los líquidos. 
 De eso quiero hablarte, 
 de la retención, 
 del asidero que nos tiene aquí, juntos, 
 en esta carrera por la vida. 

 De eso y otras cosas acaso menos importantes. 
 De la luz, por ejemplo, 
 que no se extingue mientras mantengas los ojos fijos en su intermitencia, 
 a menos que abandones el puesto de vigía.
 
 Del aire, que no falta mientras sujetes la idea con el puño bien cerrado, 
 mientras levantes los brazos con cierta regularidad de día y de noche, 
 mientras el puente que separa tus ideas de las nuestras 
 se mantenga libre para cualquier intercambio; 
 de la noche, de su ayuda para cubrir nuestros rostros roídos y mancillados, 
 de su maquillaje amoroso que impide la desbandada del espíritu; 
 quiero hablarte del día, 
 de nuestro día, 
 del tuyo específicamente, 
 de ese día en particular cuando decidiste sacarnos a todos del juego, 
 de ese día en que la risa 
 se volvió tu pasaporte para salir al mundo y modificar su curso y su eje de rotación, 
 quiero hablarte del día, pero no estoy listo, no es el momento.

 Caídos, entre los árboles que construyen nuestra idea del mundo,
 pensamos juntos, cotidianamente, 
 en forma coloquial, que le dicen,
 pensamos en la esperanza, 
 la tomamos en las manos como si fuera una manzana,
 la mordemos con ansia, con la furia que da el hambre, 
 la esperanza, la sola idea de lo posible, 
 la fuerza que nos mueve sin descanso,
 la voluntad para correr aunque nos falten piernas,
 la potencia incluida en el cálculo que hay antes del salto.

 Pensamos que podemos,
 que merecemos, que ha llegado nuestro tiempo, 
 que nos la deben, pensamos.

 Y en ese pensar hacemos mundo, 
 le damos intención a las palabras, les damos vida.
 Hacer mundo como se hace el amor, 
 como se escala una montaña para respirar mejor al llegar a la cumbre, 
 hacer mundo como se hace pasta, 
 a su ritmo, amasando ideas y palabras y especias,
 con atención a los detalles, 
 hacer el mundo “como se hace la luz dentro del ojo”, como diría don Jaime.

 Venimos juntos, de la mano, 
 hombro con hombro, 
 a someternos al tribunal del espacio físico donde aún podemos encontrarnos, 
 a rescatarnos juntos, 
 a descubrir que somos, 
 todos reunidos, materia de memoria, cuerpo, palabra.

 Hoy quería decir que el sol, 
 quería decir que las palabras, 
 que el miedo y la culpa, 
 quería decir que las moscas en su vuelo rutinario y estúpido,
 que el hombre y sus enigmas diseñados para evadir,
 quería decirlo todo de ida y vuelta, 
 que la memoria se instalara y rindiera sus frutos, 
 hoy quería… pero me dí la vuelta y regresé hasta la sombra del ayer, 
 a la médula del verbo, a la sombra de mí mismo 
 que se esconde detrás del muro, 
 el muro que nos mira, 
 que nos toma de la mano y nos detiene, 
 que nos abraza, el muro que se sostiene mientras nosotros queramos…..

COLABORACIÓN CON CRISTINA HÍJAR, para el dossier DISCURSO VISUAL 43Ayotzinapa, un grito colectivo: comunicar, narrar, significar, del CENIDIAP.