Confesiones de un comedor de apios


 I
 Si digo aceite, caldo, condimento,
 y una porción del aire se encrespa…

Si digo hierve, mézclate y sazona,
 ¿qué espero finalmente que suceda en las inmediaciones del cazo?

 ¿qué inquieta geometría se ensalza entre los jugos y las grasas?

 ¿por quién doblan las cucharas?

 Si digo agua, manzana verde, volcán de bocanada,
 ¿en qué lugar se posan los objetos?
 ¿en qué rincón del cuarto anidan las cazuelas y los jarros?

 Si digo yerbas, especias terrenales,
 si digo nueces, chocolate, harina, leche,
 y un carrusel de platos se encabalga…

 Si digo hornilla y canto,
 camal y grito,
 pimienta y brinco entre las mesas,
 si digo limas, sal, granadas,
 y una invasión de rojo acaba con nosotros…

 II
 Al horno ingresa un batallón de poros, un par de nabos sin melena,
 el corazón pueril de una alcachofa, una iracunda turba de aceitunas,
 y en la espesura de la olla
 parecen celebrar la decapitación del apio,
 la indigna postración de las almejas.

 Revientan las cebollas y los ajos en un festín de escamas,
 todo es tronidos y crujir de pulpas:
 se gesta un ágape sobre el comal en llamas.

Revista de la Universidad de México